El suicidio de un ser querido provoca un estado de shock emocional, especialmente si no existía ningún indicio de que pudiera ocurrir. Este estado puede durar horas, días, incluso más tiempo.

  • “Es como si me hubiera caído el mundo encima, como si el mundo se hubiera parado. Me siento como anestesiado/a, como si esto no me estuviera pasando a mí”

Son algunas de las expresiones con la que expresan los supervivientes sus emociones ante este acontecimiento.

No es posible por el momento asimilar todo el dolor, toda la carga de emociones. Esta muerte tan repentina, tan dramática, tan violenta sumerge durante un tiempo en un estado de intensa perturbación a todas las personas cercanas al fallecido.

El suicidio es vivido como un auténtico seísmo. Pero pasado esos primeros momentos, estas reacciones naturales y compresibles darán paso al trabajo de duelo, un tiempo largo y doloroso, pero también necesario.

Todo suicidio tiene su parte de misterio. Para comprender a la persona que se ha suicidado tendríamos que ser ella. Y ni siquiera en ese caso, ya que ni ella misma sería seguramente consciente de la causa profunda, incluso secreta de su sufrimiento. Todo lo que podemos decir es que se ha suicidado porque estaba en un estado de sufrimiento tal que la vida se había vuelto intolerable. Para poner fin al sufrimiento, para que éste cesara, no encontró otra solución que quitarse la vida. Querer comprender más allá, solo sirve para torturarse, es hacerse preguntas que corren el riesgo de no encontrar jamás una respuesta.

Una parte del proceso consiste en admitir que la persona que se ha suicidado se ha llevado con ella su parte del misterio y más que juzgarla, se trata de aceptar que no podremos nunca comprenderlo todo.

Poder mantener hacia él/ella nuestro aprecio y nuestro amor es superar ya una etapa y una señal de que el duelo evoluciona adecuadamente.

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