Existe un componente importante de la experiencia emocional y de la gestión emocional, que consiste en tomar consciencia. Un primer paso es detectar cómo es mi miedo, cómo me hace sentir, cuál es mi diálogo interno, qué mensajes me digo desde el propio miedo y cómo me hacen reaccionar.

El miedo en el proceso de duelo se puede manifestar de muchas maneras, alguna de ellas son:

El miedo a estar mejor: A menudo viene camuflado con una sensación de culpa. Esa sensación de estar haciendo algo mal por atreverse a dar pasos hacia la vida, para estar mejor, más tranquilo, más seguro. Muchas veces esa culpa que sentimos hunde sus raíces en una emoción más profunda: el miedo.

Este miedo que hay bajo la culpa tiene que ver con el miedo a volver a VIVIR. La responsabilidad de hacernos cargo de nuestra vida, de asumir nuestra independencia y nuestra autonomía, miedo a volver la mirada a uno mismo para escucharse en este duro y difícil camino. Otras veces parece como si con ese bienestar estuviéramos traicionando o deshonrando a nuestro ser querido.

Sin embargo, todo el proceso del duelo va encaminado a VOLVER A LA VIDA, a aceptar que la persona fallecida ya no está y a encontrar un lugar para ella en nuestro corazón. Cuando ese proceso está en marcha, lo siguiente es la aceptación de la propia vida, centrarse en cómo quiero vivirla y en el compromiso con uno mismo y con las demás personas que sí están presentes.

El miedo a que pasen más cosas y a la propia muerte. Es distinto saber que nos vamos a morir a ser conscientes de que nos vamos a morir: todos lo sabemos, pero cuando fallece alguien muy cercano y querido este conocimiento se hace consciente y esa consciencia viene acompañada en un primer momento del miedo. A medida que transcurre el proceso, la intensidad del miedo va disminuyendo y se va recobrando la confianza.

Este miedo aparece frecuentemente y con mayor intensidad cuando la persona ha sido el cuidador principal del fallecido durante su enfermedad o cuando la experiencia de la muerte se ha vivido de manera muy angustiosa. Poder ponerle palabras a ese miedo, compartirlo, llorarlo, expresarlo con personas que puedan entenderlo bien y sean capaces de acogerlo con sensibilidad y escucha permite que ese miedo vaya tomando otra dimensión y vaya transformándose poco a poco.

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