El duelo es la respuesta normal ante cualquier pérdida. El duelo no es una enfermedad. La enfermedad sería no hacerlo. El duelo es doloroso, y no podemos hacer nada para evitarlo. No hay atajos.

Estamos preparados psicológicamente para enfrentar pérdidas. La vida es una sucesión continua de pérdidas. Estamos acostumbrados desde que nacemos a hacer duelos y adaptarnos a los cambios y situaciones por duras que sean.

Todos los duelos no son iguales. Aunque el proceso de duelo se pone en marcha de manera natural en todas las personas, hay situaciones que pueden hacer más difícil y largo el camino de la recuperación.

Cómo haya sido la muerte, influye en la manera de afrontar el duelo. No es lo mismo una muerte esperada a la que nos hemos ido preparando, que una muerte repentina. Si la muerte es inesperada, no es lo mismo que la causa sea una enfermedad, un infarto, algo traumático o violento como un accidente… Todavía será más difícil si ha sido por un suicidio o como consecuencia de un asesinato.

La manera que tengo de responder en mi vida a las adversidades, crisis, o si padezco depresión o ansiedad, puede también dificultar el duelo.

El tipo de relación afectiva con la persona fallecida, también influye en la forma de afrontar el duelo. No es lo mismo si nuestra relación fue tranquila, serena, armoniosa, que si fue difícil, conflictiva o dependiente.

No es lo mismo perder a tus padres ya mayores, que la muerte de un hijo, especialmente si es todavía niño o adolescente. La pérdida de un hijo es posiblemente la pérdida más dolorosa que puede sufrir un ser humano.

El duelo tiene un final. Cuando estás inmerso en el dolor del duelo te parece que nunca vas a poder salir de ahí, porque sabes que nunca vas a recuperar a tu ser querido. Pero todo lo que comienza tiene un final. Pero terminar no es olvidar al otro, sino buscarle un lugar en lo más íntimo de nosotros, un lugar donde seguir queriéndolo, al mismo tiempo que nos permita abrirnos de nuevo a la vida.

Cada duelo, como cada persona, es distinto y no todos los duelos duran lo mismo y el tiempo del duelo no es indicativo de la intensidad de nuestro amor.

Existe la creencia errónea de que pasado el primer año ya tenemos que estar bien. Ante la muerte de un hijo, podemos necesitar de 3 a 5 años, en la muerte de la pareja de 2 a 3 años.

El duelo nos cambia. No podemos pretender volver a ser los de antes. Las personas que han pasado esta experiencia reconocen que el duelo les ha hecho crecer, madurar, valorar más lo que es realmente importante, salir de sí mismos, amar mejor, ser mejores personas, más sensibles y solidarias con el dolor de los demás.

Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tú haces con lo que la vida te hace.

Edgar Jackson


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